Por Víctor Allan
Se autodefine como despistemólogo. Pescador de metáforas.
La evidencia es la siguiente:
- Las encuestas daban una amplia ventaja a Jadue en la primaria, pero fue Boric quien obtuvo un triunfo categórico.
- Las encuestas daban por ganador a Lavín, pero ganó claramente Sichel.
- Dato menos conocido: las encuestas (al menos, las que me ha tocado analizar) sobrerrepresentan la participación electoral en el plebiscito y la elección de mayo en más de un 50%.
- Las tasas de respuesta a estas encuestas son bajas, del orden del 20% o menos.
Descarto la manipulación en las encuestas que se publican más sistemáticamente (Agenda Pública de Criteria, Pulso Ciudadano de Activa, Datainfluye e incluso Plaza Pública de CADEM), básicamente porque concuerdan más de lo que difieren.
Mi hipótesis es que hay un sesgo sistemático no identificado ni controlado por los investigadores. ¿Cuál es?
La dirección del sesgo la pudimos observar en las primarias simultáneas de la izquierda y la derecha. El candidato favorito de las encuestas, en ambos casos, era el representante del partido más extremo, que convocaba al voto más duro, con mayor convicción (esto era menos evidente en el caso de Lavín, por su intento de ganar el centro diciendo incluso ser "socialdemócrata"). Ambos perdieron frente a un contrincante más ambiguo y menos asociado a un domicilio político tradicional. Se dijo que fue "el triunfo de la moderación".
Habría que entender mejor esa supuesta moderación. Es un voto más independiente, menos anclado a definiciones del pasado (lastres ideológicos y biográficos), menos cargado emocionalmente, con expectativas acaso más realistas y menos radicales. Un voto ejercido con mayor distancia crítica, menos adhesión personal, más prudencia.
Lo más probable es que ese tipo de votante, aun en el contexto de voto voluntario, sea más abundante que el voto de convicción. Y no es aventurado suponer que su interés en responder encuestas políticas es significativamente menor que su disposición a concurrir a la votación.
Entonces, cuando tenemos bajas tasas de respuesta en las encuestas, nos arriesgamos a un importante sesgo de autoselección, que nos lleva a sobrerrepresentar al voto más convencido y a subestimar al elector moderado, que fue decisivo en el resultado de las primarias.
No es un sesgo binario, sino una distribución de probabilidad continua; no se trata de tener o no interés, sino tener cierto grado de interés. Por eso es muy difícil de corregir, porque no solo tenemos sobrerrepresentado al votante del plebiscito o la elección de mayo, sino que al interior de esos segmentos hay una sobrerrepresentación del voto duro. No basta con aplicar un factor de corrección a la participación electoral, porque nos seguirían faltando las respuestas de aquellos que votan "moderadamente".
Si tengo razón, las fluctuaciones de izquierda a derecha en la opinión pública en el lapso de pocos meses se deben a la sobrerrepresentación de los grupos más involucrados emocionalmente en la política. Cuando uno de ellos se deprime, como ocurrió con la izquierda tras la derrota de Jadue, se abre un espacio para que el otro se entusiasme, como ocurrió con la derecha cuando los errores de Sichel se convirtieron en una transfusión que favoreció a Kast.
Esto puede influir en los resultados, qué duda cabe, pero las oscilaciones que muestran las encuestas probablemente esconden una realidad más estable, justamente debido a ese voto que hoy todos consideran "líquido".
La paradoja es que, si tengo razón, la sensación de liquidez la produce el voto de las minorías más involucradas, mientras que la estabilidad se debe al voto silencioso de los menos entusiastas, no por ello necesariamente "indecisos".
Las encuestas, en definitiva, se están pareciendo más a las redes sociales (Twitter) que a las elecciones que pretenden predecir. A la hora de la verdad, podríamos encontrarnos incluso con que Boric y Provoste pasan a segunda vuelta. //ELF
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