Por Andrés Palma
Economista DC del Foro para el Desarrollo Justo y Sustentable
Hace cincuenta años Nixon inició la guerra contra las drogas. Ha sido un completo fracaso, pero se insiste en ella. ¿Quiénes son los que la sostienen, quién gana en esta guerra?
El 17 de junio recién pasado, EMOL reproducía un artículo de El Universal de México con el siguiente título: “Guerra contra las drogas” de EE.UU. cumple 50 años: Los operativos y hechos violentos que han marcado a la región.” A continuación, subtitulaba: “En 1971 el presidente estadounidense Richard Nixon declaró el combate contra el narcotráfico. Desde entonces, han muerto miles de personas y, lejos de ceder, el alcance y la violencia han incrementado.”
Lo que a continuación señalaba el artículo no es nada nuevo: el fracaso de una estrategia reiterada como si fuera exitosa.
Einstein nos enseñó : si algo no funciona, por muchas veces que se repita no va a funcionar. Es el caso de esta guerra de cincuenta años. Entonces cabe preguntarse, ¿por qué, si se sabe que se va a ser derrotado en esta guerra, como lo demuestran cincuenta años de lucha, se insiste en lo mismo?
En primer lugar, sin duda alguna, por visiones ideológicas obtusas que no permiten ver la realidad. La discusión sobre el tema adquiere caracteres de religiosa, ya que el debate científico sobre el efecto en las personas y en la sociedad de las drogas está abierto, hay visiones en pro y en contra de legalizar el consumo de unas drogas y de otras, y no hay un argumento determinante que resuelva la cuestión. Sin embargo, habiendo un consenso generalizado que, desde que se declaró la guerra “han muerto miles de personas y, lejos de ceder, el alcance y la violencia han incrementado”, resulta inexplicable la cerrazón a reconocer el fracaso.
El rostro antiguo de un fracaso repetido
Resulta igualmente paradojal que el país que declaró la guerra hace cincuenta años, y que nos embarcó en ella, no considerara su propia experiencia: declaró ilegal el consumo de alcohol, una droga que en exceso causa enormes daños sociales, para luego levantar esa disposición al comprobar que en lugar de disminuir los daños sociales estos se habían incrementado.
Entonces cabe preguntarse si, dado que es un buen negocio, ¿no habrá otros intereses detrás de mantener esta guerra, luego de cincuenta años de derrotas?
Está claro que, así como ha crecido el negocio del narcotráfico, ha crecido la demanda por seguridad, y respondiendo a ella la oferta de servicios de seguridad. Aunque la seguridad que otorguen sea incierta, ya que no tienen, ni pueden dar ninguna garantía de darla. Su aparente beneficio se construye con más fuerza en la medida que la inseguridad aumenta. Así las policías reclaman mayores recursos, que se incrementan año a año, y muchos expolicías instalan empresas que ofrecen aparente seguridad. Lo dramático de esta situación es que también lo hacen los narcos en los territorios sobre los que van adquiriendo dominio, extendiendo su poder y sus bases de apoyo.
No quiero que se distorsione mi reflexión. Debemos distinguir entre las personas, policías y expolicías, de la industria de la seguridad y su desarrollo. La industria tiene un comportamiento independiente de las personas.
Así como la industria de la seguridad, domiciliaria y personal, otra industria que se beneficia de la guerra es la de las cárceles, especialmente si son concesionadas, como promueve el país que declaró la guerra, y resulta inevitable para los países cuyos gobiernos disponen de menos recursos. Los que administran sistemas concesionados reciben recursos por el número de internos que ingresan a sus establecimientos. ¿Cuál es la proporción de personas recluidas por microtráfico en nuestro país?
También está el negocio de las armas. Es obvio, pero sin guerras no se necesitan armas. En esta guerra hay dos demandas por armamento. Por un lado, están las personas que son incentivadas a tener un arma en casa para su propia defensa ante el clima de inseguridad; pero por otra están los propios narcos que las necesitan para proteger a sus soldados y su negocio frente a otros narcos y a la policía.
En conclusión, se puede decir que hay diversos intereses detrás de esta guerra, económicos los más, pero también ideológicos, y estos son complicados porque reconocer el fracaso de lo afirmado por cincuenta años se transforma en algo difícil de asumir por instituciones, grupos y personas.
Pero, como se enseña en economía, a veces los incentivos son perversos, es decir, conducen a un resultado diferente del que se busca. Es el caso de las políticas de represión al narcotráfico. Con la represión se busca que el narcotráfico desaparezca, pero solo se consigue aumentar el riesgo de comprar y vender drogas. Se sabe que, al aumentar el riesgo en un negocio lo que ocurre es que, como cuesta más producir y acceder a la mercadería, se eleva el precio, pero como la demanda es estable el resultado es que el volumen de negocio aumenta, lo que le permite eliminar riesgos, crecer y corromper. Tal como ocurrió en Estados Unidos para la prohibición del alcohol.
Así ocurre con las drogas ilegales, se suman los intereses de uno y otro lado, aumenta el volumen del negocio, lo que lo hace más rentable y difícil de contener. //ELF
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